FGAFelipe4 Comments

BIG

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BIG

En 1988 Tom Hanks protagonizó esta divertida película, en la que interpreta el papel de un niño que en su afán de crecer y con la ingenuidad -e ilusión- propia de su edad, le pide a un sultán  "concede deseos" que hacía parte de una feria local, que quería dejar de ser niño y convertirse en un adulto. "I want to be big" fue la petición. Esa noche, siguiendo su rutina normal, se despide de su mamá, se lava los dientes y se va a dormir. Al día siguiente, se despierta con el cuerpo de un adulto pero con la madurez y el desarrollo mental de lo que realmente era: un niño.  ¡Su sueño se hizo realidad!

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Me hicieron reír mucho las escenas siguientes en las que el pobre niño no sabe qué hacer con su nuevo "empaque",  más aún cuando ni su mama ni su mejor amigo lo reconocen y lo tratan como a un extraño. Poco a poco, debatiéndose entre la frustración y la fascinación de "ser adulto" comienza a reorganizar su vida y en medio de ese proceso termina consiguiendo un trabajo en una empresa de juguetes, pues el presidente queda deslumbrado con la visión tan clara que tiene este hombre de lo que quieren los niños en sus juguetes. :-)

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Vienen exitosos lanzamientos de productos que el mismo sugirió y ayudó a desarrollar y entonces comienza a escalar en la jerarquía corporativa con gran sagacidad, pero aparece un efecto colateral aparentemente imperceptible, pero contundente. En la medida que pasaban las semanas, era menos niño y más adulto y sin darse cuenta, se dejó absorber rápidamente por la complejidad del mundo adulto. Pierde la chispa y la genialidad propia de los niños y  son reemplazadas por la soberbia, el estrés y un afán materialista y hedonista muy propio del mundo corporativo.

¿A qué viene todo este recuento? Pues que en cierta medida siento que me ha pasado lo mismo que al niño de la película. No fue un cambio abrupto e inesperado como el de el, pero si siento que pasó muy rápido. Recuerdo con agrado los días de colegio con mis buenos amigos, las tardes en "la bota" (así le decíamos a la calle cerrada donde vivíamos, pues tenía forma de bota) patinando, montando bicicleta y jugando a las escondidas y los domingos jugando con mis primos con "los chiros" en la mansarda de la casa de mi abuelita materna. También llevo conmigo magníficos recuerdos de los días del ejército y de la universidad. Y ahora, acá estoy, ya "grande", dándole la vuelta al mundo con una hermosa familia y la responsabilidad de guiarla y llevarla por buen camino. ¡No es poca cosa pero lo hago muy feliz! El tiempo voló, y tengo que aceptarlo, el mundo de los adultos con sus preocupaciones y tensiones también en cierta medida se ha tomado parte de mi ser. En este viaje me he dado cuenta, por ejemplo, que los adultos le damos -o por lo menos yo- demasiada importancia a cosas que en verdad son irrelevantes. Bobadas como, por ejemplo, ir en la fila 7 o la 41 de un avión para un niño es irrelevante, sinembargo es algo por lo que muchas veces refunfuño y hasta me puede quitar la Paz. ¿Por qué? . Tiendo a darle importancia amplificada a temas menores y dejó que cosas que no puedo controlar afecten mi estado de ánimo....

Más temprano que tarde, el exitoso ejecutivo de la película comienza a extrañar lo propio de su naturaleza y de su edad y comiénza entonces entonces la búsqueda desenfrenada de la máquina del sultán, para rogarle que reverse el deseo y pueda volver a ser niño. Después de mucho buscar, por aquí y por allá, ubican la feria en un estado lejano y el viaja para probar su suerte.  

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La escena es espectacular pues se ve como después de hacer su petición el comienza a caminar (la cámara filmando su espalda) y se va viendo como la ropa le comienza a quedar grande hasta que la cámara se da la vuelta y se ve el niño en su "estado real" pero en la ropa de adulto. 

Hace unos días, en Medjugorje, estaba agobiado por qué Juan Martín  y Valentina se enfermaron y sufriendo por lo que eso implicaba, por lo que dejamos de hacer por estar con ellos (que al final valió la pena y claramente era lo que debíamos hacer) y de repente Manuel llego corriendo con esa sonrisa que enloquece y me dijo: 

- Papa, ¿jugamos afuera? 

Yo estaba ocupado viendo el Google Maps a ver qué ruta tomaría para el regreso a Dubrovnik y estuve al borde de contestarle, como muchas veces lo hago (y lo escribo con vergüenza) "estoy ocupado, más tarde". Pero algo me dijo "vaya y juegue". Siento en el fondo de mi alma que fue un mensaje de la virgen en esa su tierra.  

Bueno, lo que vino fueron casi 90 minutos de felicidad plena. Me desconecte del verraco teléfono y me dediqué a correr, a tirarme en el piso a hacerle cosquillas y dejar que el me las hiciera a mi, a explorar con las hojitas de los árboles y a meterme a la boca pasticos tal como lo hacía yo mismo cuando jugaba en el colegio con mis amigos. Pase absolutamente feliz y lo más importante es que por medio del juego con Manu, me pude dar cuenta de que el tamaño de mis preocupaciones y de mis angustias eclipsaban en proporciones titánicas  el verdadero tamaño de la "gravedad" de la situación. 

Algo similar me pasó en Tokyo hace unos días. Fuimos a un complejo de diversiones increible y por la disparidad en las edades de los niños me quedé yo con Manuel y Guadalupe en una zona para niños pequeños mientras que Pili se iba con los grandes a atracciones propias para su edad. "Los cuido y navego un rato" fue lo que pensé, pero sin darme cuenta, en cuestión de minutos estaba yo montado en el saltarín amarillo brincando como otro niño, tirándome una y otra vez a la piscina de pelotas azules y Armando trenes con los niños. 

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Una vez más, la angustia que sentía hace apenas unos minutos por el jetlag del viaje y el miedo natural de enfrentarse por primera vez a un nuevo continente, desapareció. Cuando nos encontramos después de hora y media -que parecieron 15 minutos- Valentina me dijo : "papá, te cambió la cara". 

Me di cuenta de que no tengo que buscar a ningún sultán para ser niño otra vez ni para poder pasar tiempo de calidad con mis hijos; descubrí que la mejor cura para la preocupación y el estrés es jugar con los que uno ama hasta que duela la risa y descubrí que aunque soy grande, me cautiva mucho la idea de "volverme" pequeño con regularidad (ojalá con mucha)  para gozar, despreocuparme, disfrutar y lo más importante de todo: conectarme mejor con mis hijos. 

Abrazo. Felipe.