Pianos en las lejanías
Quienes me conocen saben lo que la música y el piano significan para mí. Desde pequeño he encontrado en este instrumento un fiel amigo que me escucha y que me permite expresar lo que pienso y lo que siento cuando lo toco. Tocar piano es una terapia, un descanso para el cuerpo, la mente y el alma.
Es sorprendente como Dios me ha consentido cuando estoy lejos de casa, pues siempre, sin excepción, al viajar se ha encargado de poner un piano al alcance de mis manos.
La primera experiencia fue en el Sinai. Iba con la idea de no tocar piano por seis meses y fue difícil asimilarlo. Sin embargo, al poco tiempo de llegar al Gorah -nombre de la base militar donde viviría - se sentó a mi lado en el comedor un americano que llevaba un estuche de trompeta. Entablamos conversación y esta gravitó con facilidad a la música. Le conté que era pianista y comparti con el cuánto extrañaba el poder tocar. Me dijo "pero acá los americanos tienen un piano en su capilla". Terminamos de cenar y Al -así se llamaba, Al Jackson- se ofreció a mostrarme donde quedaba. Me llevó y en efecto habia un pianito vertical que sonaba bastante bien. Toqué un buen rato, el saco su trompeta y tocamos un par de standards de Jazz. Cuando términamos, me dijo que el tenía dos teclados en su cuarto y que en realidad con uno le bastaba, por lo que me presto, nada más y nada menos, que un Yamaha DX-7 que en su momento (1990) era el mejor sintetizador que existía. Lo tuve en mi cuarto más de 5 meses y este me llevo a convertirme en el Musico del Batallon COLOMBIA número 3, junto a otros amigos con quienes formamos un grupo de música tropical que se llamaba "Sabor Colombiano".
Unos años después, se presentó la oportunidad de viajar a Londres a hacer mi práctica empresarial. Viviría en unas residencias del YMCA escogidas por la empresa con la que haría las pasantías y unas semanas antes de viajar me salieron unos trabajos (Componer unos Jingles) que me permitieron comprar un gran teclado Roland que me llevé a Londres y lo tuve en mi cuarto. En esas residencias conocí a mi gran amigo Javier Pelaez, quien estaba estudiando canto en Londres. Que sorpresa cuando me contó que el edificio del lado del YMCA era la sede de su escuela de música y en este, había decenas de "practice rooms" con pianos verticales y uno con un Steinwey maravilloso de 3/4 de cola que me cautivó. Entré varias veces con Javier hasta que los guardas se familiarizaron con mi cara y después de ello entraba al edificio "como Pedro por su casa" y me deleitaba con ese maravilloso Steinwey al menos 3 veces por semana.
Recien casados nos fuimos a vivir a Costa Rica casi al mismo tiempo que cerramos un negocio con el Grupo Sanford para crecer nuestra empresa de Internet. Con el primer salario que recibí, compre un piano Yamaha que suena como Los Angeles.
Unos años después, en el 2002, nos fuimos a Suiza a hacer el MBA. Yo apliqué al programa en el último corte y fui uno de los últimos estudiantes en ser aceptados, por lo que al momento de buscar apartamento, solo quedaban dos opciones. Tomamos una más o menos al azar y nos decidimos por ese por que tenía ascensor y el otro no. Cuando llegamos, los dueños nos entregaron el apartamento y nos explicaron que uno de los cuartos lo dejaban con llave con algunas de sus pertenencias. Un par de semanas después, no sé realmente impulsado por qué, trate de abrir la puerta y no pude. Vi que el baño era la única puerta que tenía una llave e intente abrir la puerta del cuarto con la llave del baño. ¡Funcionó! Cuál sería mi sorpresa al abrir y ver .... ¡un piano! La universidad tenía convenio con 90 apartamentos y este era el único de los 90 que tenía piano. Llamamos a los dueños y con una mezcla de vergüenza y de emoción les pedí que si podía tocar el piano y para mi fortuna, placer y deleite, accedieron.
Finalmente, en este viaje por el mundo me acaba de pasar algo increíble. Hace apenas un par de días hablábamos con los niños y con Pili sobre lo que más extrañábamos de Bogota. En mi caso la respuesta fue casi como un reflejo natural... "el piano". Si bien he encontrado algunos pianos a lo largo de esta aventura, (resaltó el Yamaha de 3/4 de cola en un restaurantico francés en Nara, Japón), debo reconocer que si es mucha la falta que me hace.
Me siento muy feliz y muy bendecido pues ayer que llegamos a Singapur y al apartamento que habíamos alquilado por Airbnb, encontramos un piano que me cayó como anillo al dedo. (O más bien, a los dedos)
Acabo de pararme después de tocar 15 minutos después de un día agotador y me siento feliz. Ligero, casi como levitando.
¡No puedo terminar sin darle gracias a Dios y al angel de la guarda que no me han desamparado ni por aquí ni por allá!