La ciudad encantada

La ciudad encantada

Pili ha narrado con lujo de detalles nuestra travesía por Croacia en el carro casa, por eso quisiera en esta entrada, concentrarme en Dubrovnik, una hermosa ciudad encantada, bañada por las aguas azules del Adriático, en la que tuvimos la bendición de pasar varios días en nuestro paso por este gran país 

El camino del aeropuerto a la ciudad es de tan sólo 20 minutos y esta acompañado del mar en todo su trayecto. Azul, el profundo azul del Adriático me impactó. Veleros, yates y embarcaciones de todos los tamaños que deambulaban lentamente sus aguas, adornaban su grandeza. De repente, en una curva como cualquier otra, apareció inesperadamente una de las imágenes mas grandiosas que mis ojos han visto: Dubrovnik. Adjunto una imagen tomada desde esa curva para hacer honor al adagio que dice que una imagen vale más que mil palabras, pero igual quisiera intentar describir con palabras, lo que vi y lo que sentí. 

Vi una ciudad perfecta, abrazada por imponentes murallas y luego por el mar. Las cubiertas de todas sus construcciones de un color naranja profundo y parejo armonizaba perfectamente con el ocre de las construcciones y el azul zafiro de sus aguas.  Una marina con decenas de embarcaciones entrando y saliendo, casi como un baile, le daban un dinamismo casi surreal. Sentí que la respiración se me fue por un segundo antes de poder decir con entusiasmo a Pili y a los niños “¡Vean eso!”, y solo el ver el brillo de sus ojos cuando me di la vuelta fue suficiente para entender que ellos sintieron lo mismo que yo. 

Avanzamos un poco mas y llegamos a nuestro apartamento, que si bien no estaba en el centro histórico no podía estar mejor ubicado. A pocos pasos de la playa y en un complejo moderno que tenía supermercado, cafés, restaurantes y hasta teatros de cine -donde vimos Ben Hur con Juanma y Valen-. Además, tenía a pocos pasos de su acceso el paradero del bus que en tan sólo 6 minutos nos llevaba al centro. Bajamos nuestras maletas y entramos a un hermoso y moderno apartamento con vista al mar en el que pasaríamos unos días inolvidables. Después de desempacar las cosas y ponernos la pinta de rigor, salimos a la playa donde pasamos una tarde agradable y tranquila saboreando tanta belleza natural. Además de un par de restaurantes había infraestructura para alquilar kayaks y otras embarcaciones pequeñas así como un parque inflable en el mar como el que describió Pili en el el blog anterior. Hicimos todo lo que el lugar ofrecía en los días que pasamos allí. Resalto el agrado que me dio el montarme en un Kayak con mis hijos, pues la verdad tenía un mal recuerdo de una experiencia pasada en el caribe y no tenía mayores expectativas. Descubrí un deporte que me encanta y poderlo compartir con ellos fue un regalo de Dios. 

En la noche tomamos el bus y salimos a conocer el centro amurallado. El bus nos dejó en el paradero justo afuera de las murallas y al bajarnos, se sentía vida y alegría. Tomamos el camino que atravesaba la muralla y al entrar en este “casco histórico” declarado patrimonio de la humanidad por la UNESCO, me sentí transportado en el tiempo. Una calle peatonal amplia marcaba el camino. Lo primero que me impactó fue el piso. Si, el piso. No me había impactado el arenoso de Paris o el empedrado de Roma, pero este piso dominó toda mi atención. Está hecho de unas lajas de mármol -o algo que se le parecía- que reflejaban la luz de los faroles con un brillo poco usual para una vía pública. Las edificaciones hermosas. Justo a la entrada mucha gente se tomaba una foto subida en una piedra contra la fachada de un convento y extendiendo los brazos a los lados. No entendimos que era, pero como en Roma se hace como los Romanos,  los niños me pidieron que les tomara una igual. Después supimos que Dubrovnik fue la locación para filmar la serie “Games of Thrones” y al parecer hay todo un significado asociado a la serie que a la gente le gusta revivir. Esta amplia calle contrasta con las que se forman a sus lados para armar el “grid” de la ciudad. Son callecitas delgadas, hermosas, unas planas y otras empinadas llenas de locales, tiendas, cafés, bares y restaurantes. Recorrimos algunas de esas calles y cenamos en uno de los restaurantes. La comida no estuvo nada especial, pero el lugar jugó a su favor y fue sin duda una cena memorable. 

El siguiente día lo pasamos en la playa y almorzamos en un restaurantico allí puro al lado del mar. La comida estaba deliciosa, pero sin duda lo mejor fue que había un piano en el lugar, que casi que estaba metido en el mar y me dejaron tocar. Tocar ahi, tan cerca de ese precioso mar, viendo las islas y los barcos que pasaban por ahí y acompañado por Pili y los niños fue mágico. Nunca lo olvidaré. Al final de la tarde volvimos al centro con la intención de recorrer las murallas de la ciudad pero desafortunadamente, al llegar las estaban cerrando y no pudimos hacerlo. Nos dedicamos entonces a recorrer otras calles, cada una más encantadora que la anterior, todas llenas de vida y con una infraestructura de comercio y una oferta gastronómica que realmente me sorprendió. Cenamos en una pizzeria pequeña y ¡Que pizza!. Al terminar, caminamos un poco más y pasamos al frente a un precioso edificio al que entraban músicos con sus instrumentos. Me acerqué y era un escenario que hacía parte de un festival de música clásica que estaba en la ciudad por esos días. No era el momento para entrar a un concierto, pues estábamos cansados y Guadalupe pedía tete y cama, pero logre ver por entre la puerta a un pianista practicando una obra de Chopin con un virtuosismo exquisito. Fueron pocos segundos, pero suficientes para sentirme como si hubiera escuchado el concierto completo. 

El día antes de irnos, fuimos más temprano a caminar las murallas y … ¡wow! No hace mucho escribí un blog sobre las terrazas en el que compartía como me encanta ver las ciudades desde una perspectiva diferente. Pues esta fue una gran terraza que le daba la vuelta a toda la ciudad y en la que si uno miraba a la izquierda, se deleitaba con la belleza de la misma y a la derecha con la imponencia del mar. Nos tomó casi hora y media para caminar toda la muralla y es difícil describir tanta belleza. Dejo que las imágenes hablen por si solas. 

Nos fuimos de Dubrovnik enamorados del lugar. Nos pareció increíble que hace tan poco tiempo hubiera habido una guerra tan horrible como la que hubo en los noventas en ese lugar. Anhelo que algún día cercano, los rincones hermosos de Colombia que no se han dejado descubrir por la violencia, puedan ser visitados por muchos. 

Un abrazo

Felipe